¿Hasta qué punto podemos dejar actuar a la circunstancia?
Camino por la calle. Cea Bermudez nº41. Es domingo en hora de vermouth. Una señora corre atropelladamente, impedida por los años que sobre su cuerpo han querido dejar marcas de vejez. Tras ella, un hombre joven, metro sesenta y cinco, tez tostada, aspecto consumido. De frente, un señor, caballero de mediana edad que de inmediato atiende solícitamente a los gestos de terror que con su mirada fue capaz de palpar en el rostro de la mujer.
-¿Qué le pasa?- le pregunta a la par que con sus manos tranquilizadoras la sujeta por los hombros. La mujer, con la castiza forma de hablar que caracteriza a los madrileños responde con voz agitada señalando al gitano: -¡Ese hombre! ¡Se ha puesto entre el cajero y yo y me amenaza con pegarme un puñetazo si no le doy el dinero!
El gitano perseguidor espeta desde atrás unas palabras en castellano. No es de aquí. Habría pensado que era español, pero los gitanos españoles, aún por la influencia del caló, hablan un español perfectamente comprensible. El desconocido personaje gesticula con las manos profiriendo insultos a los viandantes que allí nos encontramos y escupe a los pies de la señora.
Como no tengo afán de héroe y la situación está controlada prosigo mi paseo matutino y llego a la altura de Bravo Murillo, donde el conde de Colombi cede el protagonismo a D. José Abascal. Una turba portadora de múltiples banderas rebosantes de rojo y gualda ejerce su derecho a manifestarse. La policía les acompaña. Ya había visto carteles en fachadas anunciando el evento organizado por “Frente Nacional”. Para el fin publicitario se había empleado una analogía a la campaña desarrollada en la comunidad helvética del partido político vencedor: Tres ovejas blancas expulsan a patadas a la oveja negra.
Tristemente escucho en el noticiero pocas horas más tarde cómo unas pobres personas pierden la vida en condiciones infrahumanas en busca de un sueño del que ningún defensor de la Caridad puede culparles. Dice Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia”... La circunstancia de un ciudadano europeo, aun la peor de ellas, suele resultar ventajosa a esas gentes que arriesgan su vida para alcanzar costas europeas; esa vida que, junto con sus familias es, muchas veces, lo único que tienen y pueden perder.
Con estas reflexiones no pretendo sino hacer plantearse al lector la postura a adoptar frente a una situación vigente y que puede alcanzar altos niveles de problemática:
Por una parte no se puede tolerar que la seguridad de un país vea sus flancos amenazados por las miserias de otros países. Las nacientes oligoculturas que surgen en el centro de una nación, fruto de una inmigración desorbitada, pueden suponer una grave amenaza a la integridad de los modos de vida, las costumbres y la seguridad de un estado. No todo inmigrante es culpable, pero, como se dice habitualmente: “haberlos, haylos.”
Sin embargo, la solidaridad, derivada en su mayor parte y a pesar de muchos de la filiación monoteísta, responsable de la fraternidad universal, nos hace un llamamiento a la acción. No podemos quedarnos quietos ante las injusticias que en el mundo se cometen constantemente. Somos culpables de ellas, si no activamente, por omisión. Nuestra “circunstancia” es ante todo afortunada, y esa fortuna nos viene dada por un ente, al que yo llamo Dios y otros Suerte.
¿Cómo podemos acabar con esta lacra patente en el mundo?¿Cómo se puede combatir esta injusta situación que hace que la vida de millones de personas no sea más que una etapa dolorosa?¿A qué jugamos? Debemos plantearnos cómo actuar, debe haber alguna forma en la que, de algún modo, todos seamos felices en un día próximo, sin tener que renunciar a la patria, y sin tener que mandar equipos de salvamento a rescatar a los blancos ojos que con su pánico iluminan la oscuridad del mar en la inhóspita noche cerrada.
JJ. González
